Lo
diré de entrada: este bloguista asiste entristecido y alarmado al torrente de
palabras que llegan de España invocando
el desapego según ellos, de Catalunya. Siempre he creído y propugnado un clima
de entendimiento que hiciera posible la convivencia. Y constato que hoy por hoy
ese clima no sólo no existe, sino que se deteriora cada día un poco más. No
tengo palabras para describir el desconsuelo que produce esa sensación de que
se prepara un divorcio. Para mí, ese es el gran problema nacional. Y no de
estos días. Es el problema nacional del siglo XXI. No logro entender cómo nadie
trata de reconstruir los puentes que se rompieron, y sólo oímos el lenguaje de la
ruptura.
¿Pero
es que el PP el PSOE y toda la elite centralista española, está buscando la desaparición
del sentimiento Catalán? Si repasamos sus propuestas electorales, no. Si
recordamos el discurso de investidura del presidente Zapatero, tampoco. Pero
los últimos mensajes, y hechos llevados a cabo desde Madrid, no permiten otra
interpretación. Así se entiende el viraje de Jordi Pujol, sobre todo después de
su artículo de tranquilidad que este periódico publicó. La declaración del
señor Mas-Colell cuando defiende que es económicamente viable una Catalunya
independiente. Las palabras de Artur Mas en Madrid, donde anunció que Catalunya
seguirá su camino, dejó de considerar la Constitución como un punto de
encuentro y reiteró la idea de transición nacional.
Se
pueden hacer y se hacen muchas interpretaciones, desde la intención electoral
hasta el uso del independentismo como instrumento de presión. Yo no juzgo
intenciones, porque creo en las palabras y en lo que significan. Y en este
momento significan ruptura. Y, como tantas veces ocurre en política, quizá todo
sea fruto de una exageración. Exagera el nacionalismo español al denunciar que
se erradica al castellano, y exageran los políticos de Catalunya al denunciar
que la justicia española persigue al catalán. La España que jalea a los
magistrados que quieren cambiar la inmersión sirve las bases de un drama, y
también lo hace el catalanismo que ve una conspiración centralista en la
reforma constitucional y el auto del TSJC. Los españolistas demuestran poca sensibilidad
cuando reforman una Constitución con mayoría mecánica, sin atender a la
realidad territorial de un país tan complejo como España. Y hay un ruido
mediático que envenena el ambiente, rompe diálogos y trata a Catalunya y
España, efectivamente, como naciones enfrentadas.
Me
da miedo todo esto. Me da miedo, sobre todo, la tendencia, porque la escalada
de incomprensión es creciente, los discursos crean adeptos, se adivinan señales
de intolerancia y el rencor suele ser el paso que sigue al desencuentro. Yo
quiero a Catalunya en España, o España en Catalunya, me da igual. Y quiero a
ambas como las hemos soñado en la transición: integradas, respetadas, leales.
Lo que está ocurriendo puede ser nuestro mayor fracaso colectivo. Nuestro
fracaso histórico.
Esto
que acabo de reescribir, es el articulo completo que ha publicado hoy en La
Vanguardia el admirado Fernando Ónega
titulado Catalunya ¿adeu? Lo
he reproducido palabra por palabra cambiando solamente la dirección de las ideas
que el pone en Catalunya y yo en España, y si son ustedes tan amables les ruego
que los comparen y verán que diciendo exactamente lo mismo España me excluye y diciéndolo
como él dice Catalunya se excluye, lo que sí es común es que de una forma u
otra ambos nos separamos cada vez mas. Su enorme articulo puede encontrarse por
internet en “la Vanguardia”.
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