En filosofía
política hay un concepto más importante que el de autodeterminación o independencia
y que precede a ambos...Es el de reconocimiento, ya que ese es el principio y
fin de la convivencia entre personas y naciones. Por eso, la filósofa Nancy
Fraser lo sitúa en la raíz de toda justicia.
Es asumir que otros importan igual que tú.
Sólo si me reconoces como soy: diferente de ti, pero también igual en derechos y obligaciones, podrás después tratarme con justicia. Los nacionalismos minoritarios se nutren del rechazo de sus estados a aceptar su existencia y a asumir que hay más de una nación en su territorio.
¿El reconocimiento pleno de una nación implica acceder a su independencia?
Sería aceptar su autodeterminación, pero yo no soy un independentista radical: tener un Estado ya no es la única vía hoy para que una nación sea reconocida como igual por todas las demás.
¿Qué otras vías existen?
Por un lado, la globalización genera nuevas formas de compartir soberanía, como la Unión Europea o la OTAN, a las que los estados ceden poderes antaño intransferibles. Por eso, algunas pequeñas naciones se ven capaces hoy de crear su nuevo Estado, emancipándose del viejo y prescindiendo de su intermediación, para integrarse en esos nuevos bloques.
¿La globalización multiplica estados?
Posibilita nuevos, pero también abre otras vías a las naciones para ser reconocidas, porque la comunidad internacional es más compleja hoy que un mero agregado de naciones Estado: avanzamos hacia una nueva cadena mundial de soberanías y reconocimientos compartidos.
¿Cómo sería esa cadena que propone?
Si un Estado democrático reconoce plenamente a las naciones de su territorio, se convierte así en plurinacional y obtiene también para todas ellas el reconocimiento internacional.
¿Y si no las reconoce?
Si un Estado niega el reconocimiento a sus naciones, tampoco debería ser reconocido internacionalmente. Y es la comunidad internacional la que debe velar por esa justicia.
Tal vez sea un principio filosófico y justo, pero los estados tienen intereses.
Soy filósofo político y, por tanto, muy consciente de que las leyes suelen llegar tarde a la realidad; lo que intento ahora es que la filosofía no llegue tarde a las leyes. Recuerde, además, que los planteamientos radicales de un siglo constituyen el sentido común del siguiente.
¿Cuál será el sentido común del siglo XXI?
La esclarecedora sentencia del Tribunal Supremo de Canadá sobre Quebec, adoptada en gran parte por la ONU, abre el camino para que ese principio de reconocimiento sea universal.
Pues mejor principios que conflictos.
Cuando se considere sentido común que todo Estado, para ser reconocido internacionalmente, debe reconocer antes todas sus naciones, se iniciará una cadena de reconocimientos mutuos que garantizará la estabilidad a largo plazo de las fronteras y evitará guerras.
La realidad, supongo, es más compleja.
La realidad es que cuando un Estado no reconoce a las naciones de su territorio y las intenta unificar sin más, como hace el Estado español con Catalunya, genera un conflicto. Y si admitiera con naturalidad lo que es natural: que tiene varias naciones en su territorio, no lo habría.
Otros creen que el reconocimiento no colmaría sino que alimentaría el separatismo.
Llevo 40 años estudiando el caso quebequés y nuestro conflicto se suaviza en la medida en que Quebec obtiene reconocimiento, y si la Constitución canadiense lo reconociera del todo, la mayoría nos daríamos por satisfechos. Si no hay reconocimiento, esos conflictos nacionales siguen latentes y resurgen cíclicamente.
Pero los demás territorios de un Estado también suelen exigir simetría en el trato.
Es el problema de Quebec frente a la simetría federal canadiense. Los demás estados presionan para que no sea reconocida nuestra singularidad. La solución es un federalismo asimétrico: admitir que el trato idéntico es injusto, porque no somos territorios idénticos. Y tratarnos como lo que somos, una nación.
Y los ciudadanos ¿no deben ser tratados por el Estado por igual, vivan donde vivan?
Por eso, aunque haya transferencia de recursos, no debe ser tanta que haga que los que los reciben de territorios más ricos tengan peor trato. En ese sentido, el principio de ordinalidad federal alemán me parece ejemplar.
The New York Times recuerda que los secesionistas no han ganado nunca un referéndum en un país democrático.
El independentismo en Quebec obtuvo el 49,6% de los votos en el referéndum de 1995. Y yo diría que los unionistas lograron a su favor 54.000 votos de diferencia asustando al votante diciéndole que huirían los capitales y nos echarían de los organismos internacionales. Todo era falso, pero su efecto fue muy cierto.
¿Se plantean un tercer referéndum?
Los nacionalismos pequeños se nutren del rechazo de los grandes. Por eso, si a los quebequeses nos dieran pleno reconocimiento constitucional y los otros territorios admitieran nuestra singularidad, Canadá sería un perfecto y estable Estado plurinacional.
¿Espera obtenerlo pronto?
Tenemos excelentes juristas y constitucionalistas que, con sutileza, así lo han visto. Ojalá también tengan aquí los suyos.
Es asumir que otros importan igual que tú.
Sólo si me reconoces como soy: diferente de ti, pero también igual en derechos y obligaciones, podrás después tratarme con justicia. Los nacionalismos minoritarios se nutren del rechazo de sus estados a aceptar su existencia y a asumir que hay más de una nación en su territorio.
¿El reconocimiento pleno de una nación implica acceder a su independencia?
Sería aceptar su autodeterminación, pero yo no soy un independentista radical: tener un Estado ya no es la única vía hoy para que una nación sea reconocida como igual por todas las demás.
¿Qué otras vías existen?
Por un lado, la globalización genera nuevas formas de compartir soberanía, como la Unión Europea o la OTAN, a las que los estados ceden poderes antaño intransferibles. Por eso, algunas pequeñas naciones se ven capaces hoy de crear su nuevo Estado, emancipándose del viejo y prescindiendo de su intermediación, para integrarse en esos nuevos bloques.
¿La globalización multiplica estados?
Posibilita nuevos, pero también abre otras vías a las naciones para ser reconocidas, porque la comunidad internacional es más compleja hoy que un mero agregado de naciones Estado: avanzamos hacia una nueva cadena mundial de soberanías y reconocimientos compartidos.
¿Cómo sería esa cadena que propone?
Si un Estado democrático reconoce plenamente a las naciones de su territorio, se convierte así en plurinacional y obtiene también para todas ellas el reconocimiento internacional.
¿Y si no las reconoce?
Si un Estado niega el reconocimiento a sus naciones, tampoco debería ser reconocido internacionalmente. Y es la comunidad internacional la que debe velar por esa justicia.
Tal vez sea un principio filosófico y justo, pero los estados tienen intereses.
Soy filósofo político y, por tanto, muy consciente de que las leyes suelen llegar tarde a la realidad; lo que intento ahora es que la filosofía no llegue tarde a las leyes. Recuerde, además, que los planteamientos radicales de un siglo constituyen el sentido común del siguiente.
¿Cuál será el sentido común del siglo XXI?
La esclarecedora sentencia del Tribunal Supremo de Canadá sobre Quebec, adoptada en gran parte por la ONU, abre el camino para que ese principio de reconocimiento sea universal.
Pues mejor principios que conflictos.
Cuando se considere sentido común que todo Estado, para ser reconocido internacionalmente, debe reconocer antes todas sus naciones, se iniciará una cadena de reconocimientos mutuos que garantizará la estabilidad a largo plazo de las fronteras y evitará guerras.
La realidad, supongo, es más compleja.
La realidad es que cuando un Estado no reconoce a las naciones de su territorio y las intenta unificar sin más, como hace el Estado español con Catalunya, genera un conflicto. Y si admitiera con naturalidad lo que es natural: que tiene varias naciones en su territorio, no lo habría.
Otros creen que el reconocimiento no colmaría sino que alimentaría el separatismo.
Llevo 40 años estudiando el caso quebequés y nuestro conflicto se suaviza en la medida en que Quebec obtiene reconocimiento, y si la Constitución canadiense lo reconociera del todo, la mayoría nos daríamos por satisfechos. Si no hay reconocimiento, esos conflictos nacionales siguen latentes y resurgen cíclicamente.
Pero los demás territorios de un Estado también suelen exigir simetría en el trato.
Es el problema de Quebec frente a la simetría federal canadiense. Los demás estados presionan para que no sea reconocida nuestra singularidad. La solución es un federalismo asimétrico: admitir que el trato idéntico es injusto, porque no somos territorios idénticos. Y tratarnos como lo que somos, una nación.
Y los ciudadanos ¿no deben ser tratados por el Estado por igual, vivan donde vivan?
Por eso, aunque haya transferencia de recursos, no debe ser tanta que haga que los que los reciben de territorios más ricos tengan peor trato. En ese sentido, el principio de ordinalidad federal alemán me parece ejemplar.
The New York Times recuerda que los secesionistas no han ganado nunca un referéndum en un país democrático.
El independentismo en Quebec obtuvo el 49,6% de los votos en el referéndum de 1995. Y yo diría que los unionistas lograron a su favor 54.000 votos de diferencia asustando al votante diciéndole que huirían los capitales y nos echarían de los organismos internacionales. Todo era falso, pero su efecto fue muy cierto.
¿Se plantean un tercer referéndum?
Los nacionalismos pequeños se nutren del rechazo de los grandes. Por eso, si a los quebequeses nos dieran pleno reconocimiento constitucional y los otros territorios admitieran nuestra singularidad, Canadá sería un perfecto y estable Estado plurinacional.
¿Espera obtenerlo pronto?
Tenemos excelentes juristas y constitucionalistas que, con sutileza, así lo han visto. Ojalá también tengan aquí los suyos.
*Transcripción
íntegra del artículo del mismo nombre publicado hoy en el diario La Vanguardia
autor Michel
Seymour, filósofo político quebequés, autor de 'La nation en question'
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